En la obra Corrientes Filosóficas I (1975), Jaime Cerrón cuando se refiere acerca de la sociedad manifiesta que el hombre no puede lograr su perfección si se aísla de la sociedad, porque el individuo aislado es insuficiente para bastarse a sí mismo por lo que necesita agruparse con sus semejantes por lo que de esta manera surgió la familia, que comprende, entre otros a la mujer. La unión de ambos consolida la estabilidad económica. También discrepa de la filosofía aristotélica, que excluye a las mujeres del ejercicio del poder político al estar al nivel de esclavo, porque libres son sólo los guerreros, sacerdotes y magistrados. En Corrientes Filosóficas II (1975), Jaime Cerrón critica el pensamiento de Hegel, quien había sentenciado que la mujer era un dominio moral y jurídico del hombre y que la misma solamente debía limitarse a la procreación de los hijos y la administración de la casa.
En la obra La Filosofía Materialista Dialéctica (1974), refiere que los socialistas utópicos señalaban como una de las calamidades que emergen de la anarquía en la producción son las 18 horas de trabajo como jornada, la incorporación de adolescentes de las mujeres en la producción con la consecuente disminución del salario. En la sociedad capitalista, la miseria material y la opresión social constituyen una de las fuentes constantes de la delincuencia, la inmoralidad, empujando a menudo al trabajador honrado para no morir de hambre, obligando a la mujer a venderse. Los socialistas plantean que al suprimirse la propiedad privada, al ponerse fin a la explotación y a la miseria, desaparece la delincuencia y de la inmoralidad. Al mismo tiempo, con la incorporación de la mujer a la producción social como miembro libre, con plenos derechos, el matrimonio deja de ser una transacción (comercial o política).
En Leyes del Desarrollo Social (1975), puso en evidencia a los ideólogos capitalistas cuando apelaban al falso ensalzo, sosteniendo que una revolución puede ser evitada cuando en el país haya hombres y mujeres sagaces e inteligentes.
Jaime Cerrón en Historia y Filosofía de la Educación Universal (1988), nos recuerda en la sociedad primitiva la división natural del trabajo, constituyendo un formidable avance en la vida de las sociedades tribales. La forma más simple como enfrentaron esta necesidad es la que operó entre hombres y mujeres (atendiendo al sexo) y entre niños, adultos y ancianos. Las mujeres terminaron especializándose en la recolección de alimentos vegetales y en las faenas domésticas, mientras que los hombres se orientaron a la caza. Así nació y tuvo vigencia el matriarcado. Cerrón menciona la cita de un investigador: “la mujer era la encargada de reunir y preparar los alimentos, dirigía la economía unificada, creaba y conservaba las reservas sociales, en la mayoría de los casos fue la mujer la que inicialmente abordó la agricultura y la ganadería en sus formas primitivas y embrionarias. El trabajo de la mujer garantizaba a la comunidad un suministro de medios de subsistencia más seguro y constante que la caza…”. En el modo de producción esclavista finiquita el matriarcado e insurgió el patriarcado, la mujer perdió el control de la sociedad y entró a la servidumbre en cuanto quedó adscrita al cuidado del esposo y de los hijos, y segregada por lo mismo del trabajo productivo social. Como dice Aníbal Ponce: “para asegurar la perpetuidad de la riqueza privada a través de las generaciones y en beneficio exclusivo de los propios hijos… la filiación paterna reemplazó a la materna y una nueva forma de familia, la monogamia, apareció en el mundo. Con ella la mujer pasó a un segundo plano y quedó encerrada en funciones domésticas… su educación pasó a ser una educación apenas superior a la de un niño”. En esa familia patriarcal, que se organizó sobre la base de la propiedad privada, ya Marx había descubierto una nueva contradicción: un esposo autoritario que representa la clase que oprime, y una esposa sumisa que representa a la clase oprimida.
En la educación egipcia, la enseñanza popular fue rigurosa, porque se empleó castigos corporales. Los maestros solían decir: “los discípulos tienen oídos en las espaldas y aprenden mejor cuando se les sacude el polvo”, de ahí que el palo fue empleado: de padre a hijo; de maestro a alumno; de marido a mujer…”. La educación Hindu está dirigida sólo a los hombres, la mujer está excluida. El niño brahmán debía leer el libro de los Vedas durante 48 años, destinando 12 años por cada libro. Al término de las lecturas podía considerarse un versado, un hombre culto. En China la enseñanza no consideró la importancia de los recreos o reposos, fue agotadora y a las mujeres se les instruía para las manualidades y labores. En el patriarcado queda relegada a segundo plano, dejando incluso de ser educadas. En Grecia el material didáctico con que se cuenta son obras machistas y se tienen como héroes- modelo a Ulises y Aquiles. Con mucho esfuerzo para las mujeres sólo se reserva modelos como Nausica o Penélope. En Esparta las mujeres no estaban excluidas de los ejercicios, porque para “traer niños sanos y robustos” había que prepararse marcialmente, tampoco se educaba sentimientos maternos. En Roma la mujer fue educadora en el más completo sentido de la palabra; la madre tuvo un predominio en la educación de los niños. El hijo es educado no en la celda de una cuidadora pagada sino en el seno y pecho de la madre.
Con respecto a los principios pedagógicos: Konstantinov remarca: “El destino de la mujer, para Rousseau, es totalmente diferente al del hombre. Ella debe ser educada para la casa. El matrimonio de la mujer es la adaptación a la opinión de los demás, la carencia de juicio propio… y la subordinación a la voluntad ajena”.
En Historia y Filosofía de la Educación Peruana (1989), evidencia la valiosa contribución de la mujer en su rol constructor de la sociedad, comentando lo planteado por Emilio Choy: “… el pensamiento femenino fue más audaz, su modalidad de trabajo le permitió razonar mejor que el cazador, aún subordinado a la magia del chamán… Conocido es que la mujer andina no pierde el tiempo ni durante su caminata, porque teje o hila durante su marcha…. La mujer había iniciado la agricultura con sus valiosos excedentes en los años de abundancia”. Como síntesis Jaime Cerrón y Roberto Aguirre concluyen que paradójicamente existe en nuestro medio la creencia de que la mujer es conservadora por naturaleza, sin embargo, a lo largo de la historia andina, queda demostrado que resultó ser una gran revolucionaria, por la índole de su práctica cotidiana alcanzó una mente más perspicaz; al enterrar las semillas o raíces, adquiriendo conciencia de sus necesidades, pero al mismo tiempo consiguiendo un mayor dominio sobre la naturaleza. Pues los aportes de la mujer no estuvieron limitados a la agricultura, sino aportaron a la ciencia, al arte y a la técnica, en el antiguo Perú, pero estos desempeños estuvieron ligados a la superestructura religiosa. Destaca el papel de la mujer en la cerámica, la arquitectura, la orfebrería, la metalurgia y textilería. Choy refuerza este aporte: “Por ejemplo, en cerámica las mujeres se vieron obligadas a fabricar utensilios necesarios para el arte culinario… En la metalurgia sureña, así como en la de la costa norte, se llegó a utilizar el cobre y el oro… llegaron a descubrir ciertas propiedades como la maleabilidad, su fusibilidad, la reducción y las aleaciones”. En materia de textilería conocieron: “la confección de hilos para redes u otros fines, para telas para contrarrestar el viento de las alturas”.
En la misma obra con la excelencia que caracterizó su pensamiento, al referirse acerca de las características específicas de la educación pre-incaica, manifestó que la sociedad esclavista peruana está caracterizada por el auge de las aldeas y la extinción de estados imperiales que se suceden unos a otros; pero al mismo tiempo, es la época en que se levantan las más importantes obras arquitectónicas de carácter militar, religioso y civil. La educación tuvo su carácter clasista y de género, a los dominados se les encomendará el trabajo y la sumisión, mientras que para los dominantes se reservará la riqueza y el saber. Se ingresó a una fase de educación sistemática, organizada y violenta, pasando al mismo tiempo, la mujer, a un segundo plano y quedando encerrada en funciones domésticas. Como se ha explicado, en la época primitiva ella había estado en igualdad de derechos que el varón y aún le sobrepasaba a éste en iniciativa.
En cuando a la moral en el incanato, advierte que como es de suponer, tenía un sentido de clase sobre el género. Una diferencia sustancial de la nobleza y el pueblo está en que la primera poseía el privilegio de poder tener, además de la mujer oficial, otras mujeres, es decir que eran polígamos, en tanto que el hombre del pueblo, era monógamo. En cuanto a la educación intelectual, refiere Cerrón, hubo escisión de los estudios, no sólo era en función a la clase social, sino también en razón del sexo. Por ejemplo, la educación de las mujeres se circunscribió a la enseñanza de labores de tejido, cocina, servicios domésticos, utilería, canto, baile, etc. En resumen, el sentido discriminatorio de la pedagogía del Tahuantinsuyo, tomó vigorosos contornos en la educación intelectual, como privilegio de las clases altas, mientras que la educación popular plebeya, fue confinada a tareas manuales, físicas y mecánicas. La educación dirigida al pueblo no fue teórica sino marcadamente pragmática y técnica. Se orientó a buscar el vigor físico de la raza y la obediencia pasiva hacia el Inca. El objetivo se encaminó a formar buenos agricultores y hábiles artesanos. Se trató de crear oficios que tuvieran secuelas hereditarias.
En cuanto a la educación moral, trató de conseguir el ajuste de la conducta humana a ciertas normas de valores o preceptos. Cerrón cita al sociólogo peruano Mac Lean Estenós: “Sacerdotes, nobles, orejones, guerreros, colas, ñustas, trabajadores, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, debían cumplir estrictamente los postulados y las máximas morales… Ama Sipek (no matar); Ama Mappa (no calumniar) y Ama Huachicanqui (no ser adultero)”, donde evidencia que para lo “malo”, los derechos con la mujer eran compartidos en igualdad de términos, lo que no ocurría con lo “bueno” cuando se refiere a algunos privilegios.
La organización escolar en el incanato, privilegió a la nobleza recibiendo una enseñanza escolarizada, la misma que debería coronarse con la enseñanza del arte militar, que a su vez comprendía el conocimiento de la construcción de fortalezas, el manejo de armas, el dominio de la arquitectura y varias modalidades de lucha. Pero el número de años destinado a la enseñanza de los varones no era el mismo para el caso de las mujeres. La explicación la encontramos en el hecho de que las mujeres no iban a ser preparadas para funciones de gobierno, sino más bien para las atenciones a la nobleza, al culto, a la producción de tejidos, para las funciones de esposa o concubina de nombres y funcionarios importantes a quienes el inca honraba regalándole una esposa principal o secundaria.
Las instituciones educativas en el incanato, también jugaron su rol de opresión con los Acllahuasis, instalaciones que constituían “La Casa de las Escogidas”, considerado por algunos historiadores como una especie de “monasterio” para monjas donde a la mujer se la preparaba para que fuese diestra en las atenciones a los hombres y funcionarios de la aristocracia incaica, con miras a ser esposa o consorte de guerreros que habían hecho méritos; o simplemente, era el lugar donde la futura madre o la mujer destinada al inca o al sol, aprendía el oficio de tejedora. Sin embargo, Choy, estima que: “… la condición fue la de esclava que producía para el Estado; dejaba de serlo para convertirse en concubina, cuando era obsequiada como premio a algún militar, funcionario o especialista en forma similar a la entrega de ganado. Pero en el caso de que permaneciera en el templo, no cesaba de producir hasta su muerte…”. La mamacuna logró la transmisión de las habilidades domésticas y de servicios, que debían aprender las niñas. Cerrón cita de un autor: “la mamacuna constituye el elemento rector de la pedagogía femenina… a la mujer se la prepara para el hogar, tareas domésticas o el sacerdocio. Esta educación tiene también un sentido de casta y matices peculiares, porque es la preparación de una élite, característica de otra de tipo menos doméstica, forjada a través del ejemplo y experiencias cotidianas”. En la filosofía de la educación incaica rige una situación que señala una diferenciación de sexo y no de clase, al decirnos que el hombre del pueblo preferentemente será formado para agricultor; mientras que la mujer, para tejedora.
El sentido de la educación clasista en la colonia está orientado a respetar la división de clases. Sólo los peninsulares y criollos tienen derecho para recibir todos los beneficios educativos. Para el niño el currículo ofrece catecismo, moral, aritmética, geometría, urbanidad e historia sagrada y gramática castellana. Las niñas aprenden catecismo, urbanidad y menesteres domésticos, recordando que “mujer que sabe latín nunca tendrá buen fin”. Las mujeres indígenas comienzan a diferenciarse unas de otras así nacen las indígenas nobles al cual Daniel Valcárcel refiere: “esta aparente contradicción se explica, desde un punto de vista socioeducativo. En el momento inicial de fusión, aparece el mestizo como figura dominante en la nueva sociedad. Son hijos de conquistadores y de mujeres indígenas nobles…”. La preocupación por la formación de la mujer no fue descuidada ni por los invasores, es así como en los conventos y beaterios se impartió bajo métodos represivos el cuidado de la moral de la niñas, de las que incluso habían caído en delincuencia.
En el largo camino de la emancipación de la mujer, es en la época republicana que se logran algunos avances cualitativos. Con la gestión de Ramón Castilla la mujer pudo acceder al ingreso de la educación secundaria, con Manuel Pardo se estableció la Escuela Normal de Mujeres y con Augusto B. Leguía se facultó a las mujeres el ingreso a las universidades.
En la obra La Filosofía Materialista Dialéctica (1974), refiere que los socialistas utópicos señalaban como una de las calamidades que emergen de la anarquía en la producción son las 18 horas de trabajo como jornada, la incorporación de adolescentes de las mujeres en la producción con la consecuente disminución del salario. En la sociedad capitalista, la miseria material y la opresión social constituyen una de las fuentes constantes de la delincuencia, la inmoralidad, empujando a menudo al trabajador honrado para no morir de hambre, obligando a la mujer a venderse. Los socialistas plantean que al suprimirse la propiedad privada, al ponerse fin a la explotación y a la miseria, desaparece la delincuencia y de la inmoralidad. Al mismo tiempo, con la incorporación de la mujer a la producción social como miembro libre, con plenos derechos, el matrimonio deja de ser una transacción (comercial o política).
En Leyes del Desarrollo Social (1975), puso en evidencia a los ideólogos capitalistas cuando apelaban al falso ensalzo, sosteniendo que una revolución puede ser evitada cuando en el país haya hombres y mujeres sagaces e inteligentes.
Jaime Cerrón en Historia y Filosofía de la Educación Universal (1988), nos recuerda en la sociedad primitiva la división natural del trabajo, constituyendo un formidable avance en la vida de las sociedades tribales. La forma más simple como enfrentaron esta necesidad es la que operó entre hombres y mujeres (atendiendo al sexo) y entre niños, adultos y ancianos. Las mujeres terminaron especializándose en la recolección de alimentos vegetales y en las faenas domésticas, mientras que los hombres se orientaron a la caza. Así nació y tuvo vigencia el matriarcado. Cerrón menciona la cita de un investigador: “la mujer era la encargada de reunir y preparar los alimentos, dirigía la economía unificada, creaba y conservaba las reservas sociales, en la mayoría de los casos fue la mujer la que inicialmente abordó la agricultura y la ganadería en sus formas primitivas y embrionarias. El trabajo de la mujer garantizaba a la comunidad un suministro de medios de subsistencia más seguro y constante que la caza…”. En el modo de producción esclavista finiquita el matriarcado e insurgió el patriarcado, la mujer perdió el control de la sociedad y entró a la servidumbre en cuanto quedó adscrita al cuidado del esposo y de los hijos, y segregada por lo mismo del trabajo productivo social. Como dice Aníbal Ponce: “para asegurar la perpetuidad de la riqueza privada a través de las generaciones y en beneficio exclusivo de los propios hijos… la filiación paterna reemplazó a la materna y una nueva forma de familia, la monogamia, apareció en el mundo. Con ella la mujer pasó a un segundo plano y quedó encerrada en funciones domésticas… su educación pasó a ser una educación apenas superior a la de un niño”. En esa familia patriarcal, que se organizó sobre la base de la propiedad privada, ya Marx había descubierto una nueva contradicción: un esposo autoritario que representa la clase que oprime, y una esposa sumisa que representa a la clase oprimida.
En la educación egipcia, la enseñanza popular fue rigurosa, porque se empleó castigos corporales. Los maestros solían decir: “los discípulos tienen oídos en las espaldas y aprenden mejor cuando se les sacude el polvo”, de ahí que el palo fue empleado: de padre a hijo; de maestro a alumno; de marido a mujer…”. La educación Hindu está dirigida sólo a los hombres, la mujer está excluida. El niño brahmán debía leer el libro de los Vedas durante 48 años, destinando 12 años por cada libro. Al término de las lecturas podía considerarse un versado, un hombre culto. En China la enseñanza no consideró la importancia de los recreos o reposos, fue agotadora y a las mujeres se les instruía para las manualidades y labores. En el patriarcado queda relegada a segundo plano, dejando incluso de ser educadas. En Grecia el material didáctico con que se cuenta son obras machistas y se tienen como héroes- modelo a Ulises y Aquiles. Con mucho esfuerzo para las mujeres sólo se reserva modelos como Nausica o Penélope. En Esparta las mujeres no estaban excluidas de los ejercicios, porque para “traer niños sanos y robustos” había que prepararse marcialmente, tampoco se educaba sentimientos maternos. En Roma la mujer fue educadora en el más completo sentido de la palabra; la madre tuvo un predominio en la educación de los niños. El hijo es educado no en la celda de una cuidadora pagada sino en el seno y pecho de la madre.
Con respecto a los principios pedagógicos: Konstantinov remarca: “El destino de la mujer, para Rousseau, es totalmente diferente al del hombre. Ella debe ser educada para la casa. El matrimonio de la mujer es la adaptación a la opinión de los demás, la carencia de juicio propio… y la subordinación a la voluntad ajena”.
En Historia y Filosofía de la Educación Peruana (1989), evidencia la valiosa contribución de la mujer en su rol constructor de la sociedad, comentando lo planteado por Emilio Choy: “… el pensamiento femenino fue más audaz, su modalidad de trabajo le permitió razonar mejor que el cazador, aún subordinado a la magia del chamán… Conocido es que la mujer andina no pierde el tiempo ni durante su caminata, porque teje o hila durante su marcha…. La mujer había iniciado la agricultura con sus valiosos excedentes en los años de abundancia”. Como síntesis Jaime Cerrón y Roberto Aguirre concluyen que paradójicamente existe en nuestro medio la creencia de que la mujer es conservadora por naturaleza, sin embargo, a lo largo de la historia andina, queda demostrado que resultó ser una gran revolucionaria, por la índole de su práctica cotidiana alcanzó una mente más perspicaz; al enterrar las semillas o raíces, adquiriendo conciencia de sus necesidades, pero al mismo tiempo consiguiendo un mayor dominio sobre la naturaleza. Pues los aportes de la mujer no estuvieron limitados a la agricultura, sino aportaron a la ciencia, al arte y a la técnica, en el antiguo Perú, pero estos desempeños estuvieron ligados a la superestructura religiosa. Destaca el papel de la mujer en la cerámica, la arquitectura, la orfebrería, la metalurgia y textilería. Choy refuerza este aporte: “Por ejemplo, en cerámica las mujeres se vieron obligadas a fabricar utensilios necesarios para el arte culinario… En la metalurgia sureña, así como en la de la costa norte, se llegó a utilizar el cobre y el oro… llegaron a descubrir ciertas propiedades como la maleabilidad, su fusibilidad, la reducción y las aleaciones”. En materia de textilería conocieron: “la confección de hilos para redes u otros fines, para telas para contrarrestar el viento de las alturas”.
En la misma obra con la excelencia que caracterizó su pensamiento, al referirse acerca de las características específicas de la educación pre-incaica, manifestó que la sociedad esclavista peruana está caracterizada por el auge de las aldeas y la extinción de estados imperiales que se suceden unos a otros; pero al mismo tiempo, es la época en que se levantan las más importantes obras arquitectónicas de carácter militar, religioso y civil. La educación tuvo su carácter clasista y de género, a los dominados se les encomendará el trabajo y la sumisión, mientras que para los dominantes se reservará la riqueza y el saber. Se ingresó a una fase de educación sistemática, organizada y violenta, pasando al mismo tiempo, la mujer, a un segundo plano y quedando encerrada en funciones domésticas. Como se ha explicado, en la época primitiva ella había estado en igualdad de derechos que el varón y aún le sobrepasaba a éste en iniciativa.
En cuando a la moral en el incanato, advierte que como es de suponer, tenía un sentido de clase sobre el género. Una diferencia sustancial de la nobleza y el pueblo está en que la primera poseía el privilegio de poder tener, además de la mujer oficial, otras mujeres, es decir que eran polígamos, en tanto que el hombre del pueblo, era monógamo. En cuanto a la educación intelectual, refiere Cerrón, hubo escisión de los estudios, no sólo era en función a la clase social, sino también en razón del sexo. Por ejemplo, la educación de las mujeres se circunscribió a la enseñanza de labores de tejido, cocina, servicios domésticos, utilería, canto, baile, etc. En resumen, el sentido discriminatorio de la pedagogía del Tahuantinsuyo, tomó vigorosos contornos en la educación intelectual, como privilegio de las clases altas, mientras que la educación popular plebeya, fue confinada a tareas manuales, físicas y mecánicas. La educación dirigida al pueblo no fue teórica sino marcadamente pragmática y técnica. Se orientó a buscar el vigor físico de la raza y la obediencia pasiva hacia el Inca. El objetivo se encaminó a formar buenos agricultores y hábiles artesanos. Se trató de crear oficios que tuvieran secuelas hereditarias.
En cuanto a la educación moral, trató de conseguir el ajuste de la conducta humana a ciertas normas de valores o preceptos. Cerrón cita al sociólogo peruano Mac Lean Estenós: “Sacerdotes, nobles, orejones, guerreros, colas, ñustas, trabajadores, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, debían cumplir estrictamente los postulados y las máximas morales… Ama Sipek (no matar); Ama Mappa (no calumniar) y Ama Huachicanqui (no ser adultero)”, donde evidencia que para lo “malo”, los derechos con la mujer eran compartidos en igualdad de términos, lo que no ocurría con lo “bueno” cuando se refiere a algunos privilegios.
La organización escolar en el incanato, privilegió a la nobleza recibiendo una enseñanza escolarizada, la misma que debería coronarse con la enseñanza del arte militar, que a su vez comprendía el conocimiento de la construcción de fortalezas, el manejo de armas, el dominio de la arquitectura y varias modalidades de lucha. Pero el número de años destinado a la enseñanza de los varones no era el mismo para el caso de las mujeres. La explicación la encontramos en el hecho de que las mujeres no iban a ser preparadas para funciones de gobierno, sino más bien para las atenciones a la nobleza, al culto, a la producción de tejidos, para las funciones de esposa o concubina de nombres y funcionarios importantes a quienes el inca honraba regalándole una esposa principal o secundaria.
Las instituciones educativas en el incanato, también jugaron su rol de opresión con los Acllahuasis, instalaciones que constituían “La Casa de las Escogidas”, considerado por algunos historiadores como una especie de “monasterio” para monjas donde a la mujer se la preparaba para que fuese diestra en las atenciones a los hombres y funcionarios de la aristocracia incaica, con miras a ser esposa o consorte de guerreros que habían hecho méritos; o simplemente, era el lugar donde la futura madre o la mujer destinada al inca o al sol, aprendía el oficio de tejedora. Sin embargo, Choy, estima que: “… la condición fue la de esclava que producía para el Estado; dejaba de serlo para convertirse en concubina, cuando era obsequiada como premio a algún militar, funcionario o especialista en forma similar a la entrega de ganado. Pero en el caso de que permaneciera en el templo, no cesaba de producir hasta su muerte…”. La mamacuna logró la transmisión de las habilidades domésticas y de servicios, que debían aprender las niñas. Cerrón cita de un autor: “la mamacuna constituye el elemento rector de la pedagogía femenina… a la mujer se la prepara para el hogar, tareas domésticas o el sacerdocio. Esta educación tiene también un sentido de casta y matices peculiares, porque es la preparación de una élite, característica de otra de tipo menos doméstica, forjada a través del ejemplo y experiencias cotidianas”. En la filosofía de la educación incaica rige una situación que señala una diferenciación de sexo y no de clase, al decirnos que el hombre del pueblo preferentemente será formado para agricultor; mientras que la mujer, para tejedora.
El sentido de la educación clasista en la colonia está orientado a respetar la división de clases. Sólo los peninsulares y criollos tienen derecho para recibir todos los beneficios educativos. Para el niño el currículo ofrece catecismo, moral, aritmética, geometría, urbanidad e historia sagrada y gramática castellana. Las niñas aprenden catecismo, urbanidad y menesteres domésticos, recordando que “mujer que sabe latín nunca tendrá buen fin”. Las mujeres indígenas comienzan a diferenciarse unas de otras así nacen las indígenas nobles al cual Daniel Valcárcel refiere: “esta aparente contradicción se explica, desde un punto de vista socioeducativo. En el momento inicial de fusión, aparece el mestizo como figura dominante en la nueva sociedad. Son hijos de conquistadores y de mujeres indígenas nobles…”. La preocupación por la formación de la mujer no fue descuidada ni por los invasores, es así como en los conventos y beaterios se impartió bajo métodos represivos el cuidado de la moral de la niñas, de las que incluso habían caído en delincuencia.
En el largo camino de la emancipación de la mujer, es en la época republicana que se logran algunos avances cualitativos. Con la gestión de Ramón Castilla la mujer pudo acceder al ingreso de la educación secundaria, con Manuel Pardo se estableció la Escuela Normal de Mujeres y con Augusto B. Leguía se facultó a las mujeres el ingreso a las universidades.
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