En el transcurso de nuestra existencia como patria, han existido muchos intentos de explicar el porqué la clase campesina aún sigue postrada en el subdesarrollo, pese a ser una de las principales productoras de la riqueza y quién garantiza la seguridad alimentaria de la nación.
Diversos fenómenos han conspirado contra esta reivindicación, especialmente quienes vestidos de un traje de bondades, trajeron consigo el mensaje de la opresión, la resignación o el desaliento que conllevó al resquebrajamiento de su autoestima.
En este valle del Mantaro, campesino por excelencia, así como se luchó por la liberación de la patria y defendió el suelo nacional de la invasión exterior por los hombres del campo, por contradicción de los fenómenos sociales, también surgieron ideólogos que lucharon por la opresión de nuestros hermanos campesinos, ideólogos a quienes el pensamiento dominante aún pretende continuar la enseñanza de venerarlos, cuando en realidad merecen un exhaustivo estudio de su pensamiento y su obra, para ponerlos en su real dimensión de liberadores u opresores.
Así, el huancaíno Alejandro Octavio Deustua, representante de la ideología aristocrático-feudal pro-imperialista, según el maestro Jaime Cerrón Palomino, en su obra la Cultura Nacional llegó a plantear teorías que bordeaban el genocidio de nuestra indomable raza campesina, manifestando que el indio había llegado a la disolución psíquica por la ingestión desmesurada de alcohol y de la coca, pese a todo ello nos enseñaron y obligaron subliminalmente a venerarlo, bautizando las calles y nuestra biblioteca municipal con su nombre, por lo que me he permitido solicitarle, a nombre del campesinado, al alcalde de nuestra ciudad considerar nuestra propuesta para el cambio de denominación más adecuado.
Continúa Jaime Cerrón, cuando manifiesta, por otro lado, que filósofos como Deustua están imposibilitados para proponer ideas favorables a la liberación de la clase campesina y demás sectores, porque en su afán de mantener su propia herencia transmitida desde la colonia como defensores de quienes ostentan esos privilegios, han ensamblado sus intereses con los opresores, socio que no permite el desarrollo de una industria nacional autónoma, pregonando un pretendido sistema opresor nativo.
En esta misma perspectiva refrenda el pensamiento de Manuel Vicente Villarán, quien manifestaba que dada que la clase dominante estaba a la caza de los diplomas, el sector que había quedado inmune a esa adicción era el campesinado, residente en las comunidades, instituciones que inclusive, pese a la amenaza de la despoblación en la colonia y su exterminio en la república, ofrecía resistencia como “un contrapeso al caciquismo semifeudal”. Era pues meritorio que las comunidades campesinas hubieran sobrevivido ante la amenaza “blanca”, que usurpó sus tierras, demostrando palmariamente que el campesinado estaba apto para elevarse a la altura de otras razas. Villarán salió en defensa de la comunidad porque era el único instrumento de defensa popular en contra de los apetitos del gamonal, pues es bien sabido que los blancos quitan a los indios, desde la época colonial, las tierras bien situadas y sólo dejan aquellas perdidas en puntos lejanos e inaccesibles.
Jaime Cerrón también criticó científicamente a la pequeño-burguesía que ocupando el escaño parlamentario o de los que ofician de funcionarios, así como de los juristas y asesores, tampoco puede esperarse acciones que favorezcan al campesinado. Esto es lo que sucedió con Hildebrando Castro Pozo y Luciano Castillo, que llegaron a fundar en Piura un partido que desorientó al campesinado, o el caso de Uriel García, José Antonio Encinas y Luis Valcárcel, que siendo sensibles frente a la opresión del campesinado peruano, por conservar su situación de clase no arriesgaron a nada. El suceso más aleccionador es el de Valcárcel, quién después de haber anunciado poéticamente en Tempestad en los Andes, coincidentemente cuando ejercía la función de Ministro de Educación, modificará sus puntos de vista ante la agresión norteamericana y finalizará facilitando la entronización de éste en los asuntos culturales de nuestro país.
Como decía Carlos Iván Degregori, estos intelectuales sintetizaron su pensamiento en el pasatismo, pidiendo el retorno al Tawantinsuyo; en el racismo, dirigido a defenestrar a los blanco e hispanos; en el exotismo, porque se sirvieron para mercantilizar la indumentaria autóctona (chullos, ponchos, mantos, etc.); en el paternalismo, invocando a los gobernantes de turno, como Leguía, la obtención de la compasión de la clase dominante; y finalmente, el populismo, insuflando en demasía el papel del campesinado con olvido de la ideología progresista.
Contrariamente a lo señalado, otros científicos sociales, valoraron en el campesinado la posición claramente antifeudal, de ahí que tuvo influjo sobre los levantamientos campesinos; fue nacionalista en cuanto deseaban restaurar el verdadero sentido andino que había sido subestimado por lo hispano, europeo u occidental cristiano; apuntó el aspecto estructural desde que se abordó el problema de la tierra y de la tenencia de propiedades; constituyó un punto de vista democrático porque atacaron a la oligarquía y solicitaron la democratización del Estado; finalmente, recomendaron la pervivencia del ayllu como elemento aglutinador y posibilitador de una sociedad autogestionaría.
Acerca del pensamiento del maestro José Encinas, Jaime Cerrón refiere que no llega a trascender de una postura paternalista y reformista, pues plantea como alternativa propiciar una legislación tutelar indígena, por un lado; y por otro, confía en la influencia de la educación; no obstante a estas propuestas tibias, el gamonalismo enquistado en el parlamento se opuso a las iniciativas de Encinas, temerosos de las exigencias reivindicativas del campesinado. Pero, lo rescatable de Encinas es haber enfocado el problema indígena como un asunto de raíces sociales, recomendando luchar no solo por el rescate de la tierra sino un enfrentamiento con el sistema de la dominación general, aún cuando no señaló los modos de llegar a ese enrostramiento. Para Mariátegui, el Dr. Encinas, recomendó la distribución de las tierras del Estado y de la Iglesia, pero no mencionó absolutamente la expropiación de los gamonales latifundistas.
Jaime Cerrón puso en evidencia la poca o ninguna fe de Haya de La Torre en el campesinado como ente transformador de la sociedad peruana, cuando Haya manifiesta en sus Obras Completas que si bien el campesinado es numeroso, pero está constituido por una población analfabeta carente de conciencia y organización, por lo que no podría presidir acciones decisivas, prefiriendo a las clases medias, como los sectores más preparados para emprender faenas de resistencia en contra del imperialismo. Así, de antiimperialista y socialista revolucionario terminó en una ideología de clase media nacional y de carácter radical, reformista y oportunista. Más aún, luego aliado de la oligarquía con Manuel Prado Ugarteche.
Son en éstas circunstancias que, en el valle del Mantaro, una antigua aspiración campesina se resiste a morir y continúa una lucha de largo aliento hasta lograr su objetivo. Agrupados en el Movimiento Comunal del Perú, dirigido por Elías Tácunan Cahuana, los campesinos habían proyectado la materialización de una universidad para sus hijos. Desde 1919 hasta 1959, fecha en que su perseverancia hizo que se fundara la Universidad Comunal del Perú en el gobierno de Manuel Prado y la convivencia con Haya. Si bien es cierto que esta convivencia facilitó el anhelo campesino, pero a la vez usurpó el derecho de los mismos, pues la universidad nunca fue comunal, solamente de ello tenía el nombre, fue arrebatada por la pequeño burguesía local y foránea, prueba de ello es que ningún campesino administró esa universidad. Como prueba irrefutable de este accionar deshonesto contra nuestros campesinos fue la clandestina Escritura Pública Nº 371, en cuyas clausulas 4, 8 y 25 dejan claramente establecido que los fundadores propietarios de la Universidad Comunal del Perú son Ramiro Prialé Prialé, Javier Pulgar Vidal, Jesús Véliz Lizárraga y César Solís Rojas, quienes no cesaban por la ausencia ni por la muerte, ni por sustitución y que los beneficios directos o indirectos que les correspondían pasaban a sus herederos. En esta acción se pone en evidencia una vez más la ideología aprista que promovía que los campesinos no eran los llamados a hacer los cambios trascendentes de la sociedad, sino mas bien la clase media. Pero, una vez descubierta esta escritura y esta usurpación, los hijos de los campesinos, entre ellos Jaime Cerrón, lucharon y lograron nacionalizar la universidad tras sendas marchas de sacrificio a Lima, convirtiéndola en 1962 en la actual Universidad Nacional del Centro del Perú y desde entonces es un legado campesino permanente para nuestros pueblos.
Es en este contexto, que me permito hacer un llamado a las autoridades de EsSalud, para que considerando una investigación de la nuestra historia, al igual que con Alejandro Deustua, retiren el nombre de Ramiro Prialé Prialé de nuestro hospital por su acción deshonesta contra el esfuerzo heroico del campesinado del valle del Mantaro.
En este aniversario por el Día del Campesino, cuyo día central será el 24 de junio, hablo en nombre de las comunidades campesinas y me he permitido realizar un análisis del pensamiento y parte de la vida de Jaime Cerrón Palomino, hijo de la comunidad de Santiago León de Chongos Bajo, a quien si no se le hubiese cortado abruptamente la vida un 8 de junio de 1990, coincidentemente este 24 de junio hubiera cumplido 74 años de edad y hubiera seguido extendiendo su talento a favor del campesinado.
¡Viva el Día del Campesino!
¡Viva el legado campesinado a la región Junín y al Perú!
Huancayo, 19 de junio del 2011.